Te escribiré un cuento

Para Carlos, todas las fiestas eran importantes. Esos días los pasaba con su madre y le encantaba estar en casa que, siempre olía muy bien. A ella le agradaba esparcir perfumes de lavanda y azahar que, por lo visto eran relajantes y atraían buenas vibraciones. El criterio de su madre, era muy especial para él. También le daba gusto recostarse sobre su pecho y aspirar el perfume que emanaba de ella. Con sus escasos 8 años, era capaz de confundir la realidad con la ficción de una manera extraordinaria, y esto, naturalmente, era debido al gran parecido con Cristina, su madre, que era casi tan niña como él. Por qué madurar, decía ella muchas veces entre risas. Según maduras vas viendo lo falso que es el entorno. Vas dejando de creer en muchas cosas, incluso de sentir, y esto hace la vida mucho más dura.

Aquel año, al aproximarse las Navidades le había anunciado algunas cosas…

– Carlos, nos tenemos que marchar de Brasil. Creo que comprenderás que tu padre no va a volver. Le decía esto al niño, en la creencia de que él sería capaz de comprenderla; aunque no ignoraba que ella mantenía este tipo de conversaciones con su hijo, porque no tenía a nadie que la escuchase. -Después de tanto tiempo sin tener noticias suyas, debemos pensar en encauzar de nuevo nuestra vida. Yo estoy cansada de trabajar aquí; el sueldo que gano apenas nos llega para malvivir y hay mucho mundo que me gustaría lo conocieras de cerca.

Miraba a su madre con adoración. Ella siempre sonreía, a pesar de que al acercarse las fiestas navideñas advertía en ella una mirada que no era la habitual. Al salir a la calle, se paraba continuamente en lugares donde a Carlos no le gustaba estar. Él quería ver escaparates con juguetes para ir pensando los que podría pedir a los Reyes Magos. Esa fiesta no era una fiesta común, era el día más maravilloso del año. Sin embargo, desde hacia unos cuantos años, no estaba su padre, aunque él no comprendía bien por qué. Su madre le dijo que se fue en busca de trabajo, y que no habían vuelto a tener noticias suyas. Desde entonces, cuando llegaba Navidad, ella sólo sonreía al ir por la calle y encontrarse con perros que jugaban con sus dueños, o al mirar hacia los árboles. En esos momentos su cara reflejaba una expresión muy dulce.

Ahora, al decirle sonriendo que ellos también se marchaban, le acosó una extraña preocupación.

– Nos vamos a dar un paseo cariño, seguiremos hablando.

· ¿Mamá a dónde vamos?

· Iremos a ver regalos.

Cristina sonrió con benevolencia, dejando atrás sus recuerdos. El amor que sentía por su hijo, era el punto de partida de todas sus ilusiones.

– Te prometo que han de gustarte las cosas que te he anunciado y aún faltan algunas sorpresas.

Este comentario animó a Carlos, y su rostro volvió a mostrar confianza.

– Vamos chiquito, buscaremos nuevas aventuras.

(¿Cómo no adorarlo? Su voz resonaba junto a ella como un canto maravilloso).

– ¿Hijo, quieres sabes la primera sorpresa?

· Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

– Bien, nos vamos a marchar a España en un barco muy bonito, ¡enoooooorme!. Allí nuestra vida cambiará, podremos hacer durante las Navidades esos muñecos de nieve que tanto te gusta ver en las películas, y en primavera irás a un colegio que con jardines con columpios. Creo, tesoro, que serás un niño afortunado. España es un lugar más tranquilo, según han dicho los abuelos. Ellos llegaron aquí hace muchos años. Vinieron buscando una nueva vida, lo mismo que ahora tenemos que hacer nosotros.

A Carlos poco a poco se le fue poniendo un gesto risueño. Su pequeño rostro, parecía una guinda dulce y madurita y a ella le entraban ganas de comérselo a besos.

· ¡Bien mami!!!! Me gusta, ¿pero qué más?

– Verás, como regalo especial, te escribiré un cuento.

· ¿Un cuento?

– Pues sí, un cuento donde los Elfos te libran de todos los males y caminan siempre a tu lado para ayudarte.

· ¿Y eso por qué, mamá?

– Muy sencillo. Trataré de explicártelo de una forma que me puedas entender. Tengo un desorden total con todas mis ideas, no sé lo que vamos a hacer cuando lleguemos a España, pero presiento que algo va a cambiar, ¿sabes? He visto a un Rey Mago que trabaja en una tienda de Reyes Magos. Lo he reconocido de una forma muy curiosa, porque los Reyes Magos están allá, en Oriente, y rara vez se los ve, pero al mirar a sus ojos he percibido que es la reencarnación de alguien sumamente bueno que conocí hace muchísimos años. También pude confirmar este hecho al contemplar sus manos. Nadie en el mundo tiene esas manos, unos dedos largos de piel suave, que inspiran ternura y confianza con sólo rozarte levemente. Me ha dicho que él puede conseguir la realización de todos nuestros sueños, y yo lo he creído. Carlos, necesitamos creer en todas las fantasías que seamos capaces ¿verdad?

· ¡Claro que sí, mamá!

Carlos se sentía enormemente ilusionado. Dio la mano a su madre dispuesto a seguirla donde fuese. Se irían en ese barco tan grande, y seguro que al observar el movimiento de las aguas del mar a su madre se le ocurrirían miles de historias maravillosas que le iría contando por el camino. Todo esto, añadido al cuento que le había prometido, hacia apetecible aquel cambio, además por encima de todas las cosas, lo que más feliz hacía al niño era estar junto a ella.

Al llegar el día de Reyes, ya en el barco, le entregó un sobre grande y muchos pequeños.

– Hijo, el sobre grande contiene el cuento. Dispones de mucho tiempo para leerlo porque la vida puede ser muy larga y tener un cuento a mano, te liberará en algunas ocasiones de la rutina diaria. No pienses nunca que tu espacio está limitado al entorno que te rodea. Cierra los ojos y verás todo lo que quieras. Dentro de cada lugar siempre habrá un espacio que te pertenece y que puedes compartir con tus semejantes. Abre primero los sobres pequeños, en ellos encontrarás algo que te irá haciendo falta para crecer.

Carlos empezó a abrir despacio los sobres que le habían traído los Reyes Magos. De repente miró a su madre muy feliz. Todos los sobres estaban llenos de sonrisas brillantes enormes…

Lady Blue (cuento)

Érase en cierta ocasión una hermosa princesa llamada Blue, que habitaba en el castillo de sus padres cerca de un grandioso bosque. Tenía fama de ser la princesa más bella de todo el entorno.

Ante la vista del castillo, se hallaba el bosque, sembrado de altos árboles que, por su vejez, le daban una espesura que atraía de forma especial a Blue. Rodeaban de igual forma el castillo, jardines llenos de macizos con flores y florecillas de todos los colores que podamos imaginar; muy cerca de él, una casita toda blanca y reluciente donde vivía Kai, el jardinero. A través de las ventanas abiertas, veía éste como paseaba en solitario Lady Blue (así llamaba Kai en sus pensamientos a la princesa).

El ama de Blue, llamó en unos momentos en que ella se encontraba soñando melancólicamente debajo de un lilo azul.

– Señora, vuestro padre os llama.

Volvió a la realidad Blue encaminándose despacio hacia los aposentos de su padre.

– ¿Me llamabais padre mío?

– Sí. -Le indicó su padre-, he de hablarte. Te estás convirtiendo en una joven muy hermosa y existen varios príncipes de familias cercanas a la nuestra, que ansían solicitar tu mano.

Voló la mente de Blue instantáneamente hacia lo que podría determinar la decisión de su padre. Adularla de aquella manera, no era su costumbre, y eso hizo palidecer su semblante. Ella no deseaba desposarse con ningún joven príncipe. Su callado corazón pertenecía a alguien, aunque en su interior, no sabía si esta persona guardaba algún sentimiento hacia ella.

Bajando lentamente la cabeza, sin atreverse a mirar a su padre a los ojos. Blue respondió ante la presencia de su madre que observaba en silencio la escena:

– Padre mío, os debo obediencia, pero pensad que aún soy muy joven para el matrimonio.

Su padre, acariciando la barba blanca que poblaba su rostro, quedó pensativo. No esperaba que Blue le diera esa respuesta; por el contrario aguardaba una manifestación de alegría al pensar que los mejores partidos de la región solicitaban su mano.

– Hija, tu madre y yo te adoramos, pero has de saber que dieciséis años es la edad adecuada para que comiences a orientarte sobre una decisión, que no tardando mucho has de tomar. Retírate y medita mis palabras. Volveremos a hablar. Tu madre y yo te aconsejaremos que príncipe puede ser el más conveniente.

Después de escuchar el breve discurso de su padre, Blue se encaminó hacia su querido bosque. Entre los árboles encontraría la satisfacción de llorar en soledad esa pena. Estaba convencida en su fuero interno de que era la persona más desgraciada del mundo. Cada día pasaba allí la mayor parte de su tiempo, no existía ni un solo rincón de aquel lugar, donde su corazón no hubiese dejado encerrados parte de sus suspiros.

De repente, una voz que sonaba continuamente dentro de su corazón, se dejó oír muy cerca de ella…

– Señora ¿Qué os pasa?

Blue volvió la cabeza lentamente, y al tropezarse con los ojos de Kai, enrojeció sin poder evitarlo.

– Hola Kai. Estaba tratando de encontrar algún tejón que se deje acariciar.

– Pero Señora, vuestro rostro expresa dolor, asemeja una flor recién arrancada del más bello jardín.

Inmediatamente Blue trató de sonreír, ocultar aquellas lágrimas de plata que alumbraban su cara.

– Oh Kai, soy tan desgraciada. Físicamente me parezco a mi madre, pero no poseo el mismo don de su obediencia. Mi padre desea que elija marido entre todos los príncipes que aspiran a mi mano. Yo, no deseo casarme.

La joven princesa había hecho a Kai unas confesiones que, en ese mismo instante rompieron todas las ilusiones del humilde y apuesto jardinero. Los dos se miraron de hito en hito, e instintivamente unieron sus manos.

– Señora mía…

Le dijo Kai, mientras a su vez que su rostro era inundado también por abundantes lágrimas.

-… Yo daría la vida porque mi corazón fuese vuestra morada.

Los ojos de Blue resplandecieron como estrellas azules, y sin ocultar ya su amor por el jardinero, le dijo:

– Te amo Kai. ¿Qué haremos?

En ese preciso instante, apareció ante ellos un hada blanca, la más hermosa que existía en aquella comarca, que apenada por el dolor de los jóvenes les dijo:

– ¿Estáis dispuestos a uniros en el más bello amor jamás existido?

– Sí. -Dijeron ambos-

– Pues entonces, permitidme que os convierta en magnolio. Kai será sus ramas y Blue las flores. Así perduraréis a lo largo de los siglos.

Aún en nuestros días, si visitamos aquellos parajes, se puede ver la más hermosa planta nacida del amor.

 

La mujer del parque

Terminaré como ella

hablando con el viento,

y será nuestra nada

un papiro infinito.

Dije a mi pensamiento que le hablara; él teme interrumpir su locuaz palabrería, sólo escuchada por las copas de los árboles, que guardan un silencio absoluto para no molestar.

Ella habla y habla, amortajando con sus discursos de frío sudario, un tiempo que nadie conoce.

Es posible que se niegue a reconocer que en un tiempo fue hermosa (aún lo es) y me gustaría saber lo que almacena en esa bolsa de lona, a la que se abraza como si de una joya se tratase.

Traté de traspasar el puente que nos separa, ofreciéndole una palabra. Tal vez ni recuerde estas necesidades, o yo, tonta de mi, piense que a todo ser humano nos gusta hablar con alguien.

Cuando paso cerca de ella, me gusta aminorar el paso y trato de escucharla, sintiendo vergüenza ajena por si me descubre… y es que la presiento en un escenario lleno de monólogos aplaudidos por miles de personas. Ahora ese teatro son los parajes del parque.

Sin descanso lo recorre todo el día.

Y al llegar la noche ¿cuál será su destino?

entre tantas voces y tantos recuerdos.

Adivino el cautiverio de sus palabras cuando sube la voz, ¿quién le habrá

hecho daño?

No calles hermana, ese dolor y esa soledad del parque será más duro y frío.

Existen soledades de oro resistentes al ruego, que martillean en la cabeza humana sin lavar sus memorias.

Mañana nos veremos y pasado también.

Aplaudiré la furia que acompaña tu sombra.

Un día llegaremos al sueño interminable.

La edad de la inocencia (monólogo)

Desde que vi aquella película, siempre me ha apetecido decir algo sobre ella.

¿Te extraña? No me mires así, déjame que continúe…

Deseaba reencarnarme en Michelle Pfeiffer, llegado el momento de las supuestas reencarnaciones. 

– No sé por qué, tal vez sea que la veo especial: femenina, espléndida, siempre “puesta” en su papel.

Si a todo esto se le añade mi enamoramiento incondicional de Daniel-Day Lewis, es todo perfecto, yo puedo ser esa condesa.

Tengo a mi “Archer” particular, no sabría explicar si sólo es en la mente, o en el corazón también.

¡Qué vida esta!

No, la tuya no, la mía…

Tu estás ahí placidamente porque yo te pongo, te utilizo, y, aunque me mires de hito en hito, siempre será así.

Sólo dejarás de estar aburrido cuando yo te necesite.

¿Hay algo tan absurdo como las conveniencias familiares?

Hacer siempre lo que te dicen, o lo que es socialmente adecuado, puede destrozarte la vida.

Tal vez que 1870 fuese necesario, más que hoy en día, guardar las apariencias, ser hipócrita, pero no nos engañemos, aunque seamos rabiosamente modernos, si estamos satisfechos de la sociedad a la que pertenecemos, el camino será siempre el mismo: -vivir de apariencias, negándonos la felicidad-

A Venecia por ti

Un viso anonimo che sà

L’ingratitudine cosè

E una parola troverà

Anche per te, per te.  (anónimo veneciano)

Primeras inquietudes

Me voy a Venecia. Sé que algunas personas pensarán que estoy loca (tienen razón), pero lo he soñado, lo he presentido y lo he decidido. Quizás sea acertado o quizás no, yo, me siento íntimamente emocionada.

A lo largo de los años, algunas de esas “raras premoniciones” que tuve, siempre eran malas y se cumplieron. Esta vez el sueño ha sido bonito y aunque no se cumpla exactamente, mi cámara y yo tenemos la suficiente imaginación como para convertirlo en bastante “real”.

Me faltará “Él” y está será la forma más adecuada de cantar: “Qué profunda emoción, recordar el ayer…” todo en Venecia me hablará de ti, de tu voz diciéndome: “Venecia es la ciudad más bonita del mundo”.

Dio, come ti amo,

Non è possibile,

Avere tra le braccia

Tanta felicità. (Dio, come ti amo)

He escuchado cientos de comentarios sobre el mal olor de sus calles, las aglomeraciones (por exceso de turismo) para acceder a cualquier lugar e incluso los problemas que puedo encontrar para cenar en un sitio “típico”. Todo me da igual, de una forma perturbadora, mí sueño me arrastra y me abandono al azar.

Prendi questa mano, zingara,

Dimmi pure che destino avrò

Parla del mio amore,

Io non ho paura

Perché lo so che ormai

Non m’appartiene. (Zingara)

Primer día

Ya estamos despegando y me siento muy feliz. Tras perseguir de una forma “maniaca” la páginas de Internet sobre el tiempo que nos haría, tengo medio asumido que me voy a poner “tibia” de agua. – todo me da igual, también los meteorólogos se confunden-. El Capitán acaba de anunciarnos que el cielo de Venecia está despejado y la temperatura es de doce grados.

(qué bien me vino el que ayer se me rompiera el móvil y conseguir que Fernando me llevara a comprar otro – bueno, la realidad, como siempre, es que me lió él a mi, se quedó con el nuevo y yo con el suyo – pero en esta salida “de compras” me animó para la adquisición de una no sé qué de gore-tex, esas prendas que aguntan todo el agua que se las eche).

Al estar tan cerquita de las nubes siempre me pasa lo mismo: pienso en ti, en todo y en todos, llegando a la acertada conclusión de no darle importancia a ciertas cosas, deduzco ocasionalmente que si en alguna de mis “locuras viajeras” me sucediera algo (toco madera), mi hijo podría sobrevivir sin mi (ésto no es un pensamiento negativo, me queda mucho mundo por recorrer), aunque tarde, aprendo a ser realista.

He entablado conversación con una compañera de viaje, se llama Beatriz y es colombiana. Va a permanecer en Venecia los mismos días que yo y ha quedado con otra amiga en su hotel; es una señora encantadora; procedemos a intercambiar los números del móvil pensando que si nos encontramos las tres, el recorrido será mucho más agradable.

Esto promete…

Por fin estoy aquí, hace un día estupendo. El aeropuerto de Venecia “Marco Polo”, es pequeño y coqueto. Ja, ja, ja, ¡qué sorpresa! el aduanero de turno, resulta ser un joven asistido por un “pastor alemán” que no hacía más que dar vueltas en torno al que pasaba. No he podido evitarlo y le he tendido la mano (un día me dejan sin ella, no escarmiento, me encantan los perros). Sin problemas, le he caído bien.

A la salida otra sorpresa, me espera “un gran Mercedes negro”. Ni que decir tiene que enseguida pienso: sería una gozada recorrer Venecia en él. Lamentablemente sólo me lleva hasta la Plaza de Roma y desde allí… a buscarme la vida.

Durante el camino mantengo una charla divertida con el conductor; yo pretendía saber si Verona estaba muy lejos y cómo se podía ir. En una mezcla de italiano-inglés-español, llegamos a comprendernos. Está a unos sesenta kilómetros y existen varias formas de ir, la más rápida, en tren. (tendré que informarme).

Ya en la Plaza de Roma comienzan mis problemas; he preguntado cómo ir hacia la Plaza de San Marcos, (cerca se encuentra el hotel donde voy a alojarme). Me preguntan ¿en taxi? o ¿en autobús? Cómo ignoro a que distancia está, decido ir en lo más barato, el autobús. Al comprar el ticket, considero el precio de este billete muy caro, cinco euros, ¿sirve para más de un viaje? – no, sólo hasta San Marcos – (primera tomadura de pelo).

Despistada igual que siempre, empiezo a buscar entre los autobuses el número 1 (es el que figura en el ticket) nada, que no está. Al final pregunto a una señorita con pinta de “poli” y me dice que el billete que he adquirido es para el Vaporetto (pues sí que empezamos bien).

A partir del momento en que consigo llegar al Vaporetto de la línea uno, ya empieza todo a parecerme un sueño, ¡qué maravilla!; no podía imaginar que el paisaje aparecido ante mis ojos pudiera ser tan hermoso.

Recuerdo que eran catorce paradas hasta llegar a San Marcos (unos cuarenta minutos), este tipo de transporte es muy lento, eso lo pudimos comprobar en días sucesivos.

 

 

Al llegar a la parada correspondiente, voy “casi en las nubes” y estás en mi mente, caminando a mi lado.

 

Quisiera yacer entre tus brazos

como la más querida ramera veneciana,

viendo que el agua de sus canales

se niega a morir ante los ojos,

y mi amor se eterniza en su figura.

¿Qué medieval aroma me acompaña?

¿Qué veneno circula por mis venas?

A esa escasa distancia

que pone tu boca a mi alcance

lo pagano de mi cuerpo se despierta.

Pregunto por la dirección del hotel en dos ocasiones, aunque dado el estado en el que me encuentro, digo el nombre mal (ya avisé de que iba flotando), esto hace que circule perdida de un sitio a otro durante una hora buscando el dichoso hotel. Por fin llego a una calle muy estrecha, justo detrás de la Catedral de San Marcos y allí aparece.

Soy muy “ordenadita”, lo reconozco, la primera tarea que me impongo es deshacer el equipaje y a continuación, siento deseos de tomar mi primer capuchino, opto por hacerlo en la cafetería del hotel y me resulta delicioso. Sentada tranquilamente y ante los ojos “horrorizados” del Meitre, que ve como enciendo mi pipa, sin atreverse a decir nada, sólo acercándose con disimulo para abrir una ventana (ya no lo volví a hacer), voy tomando algún apunte para escribir sobre el viaje y me vienen a la memoria las ciudades que visité en Abril, allí pedíamos capuchinos y estaban todos horribles. (está visto que cada cosa hay que tomarla en su lugar de origen).

El recorrido ha sido precioso: primero por callejuelas y callejones, entre palacios antiguos y llenos de historia; eso sí, montones de tiendas que incitan a comprar. Mi idea es, que no quiero “chucherías pequeñas”, ni me gustan las máscaras. Tendré catalogar mis preferencias.

Realizo gran cantidad de fotografías y estoy empezando a “rabiar”… -no voy a salir en ninguna-. Esto me empuja a acercarme hacia una joven que anda “a sus labores”. Es muy agradable, resulta que viene desde Arizona (vaya paliza). Le pregunto si quiere que le haga yo también alguna, o sólo tendremos “momentos” en la cámara. Se alegra mucho de mi ofrecimiento y a continuación nos vamos las dos paseando por la orilla del Gran Canal.

Al llegar junto al Puente de los Suspiros, la “foto” es obligada, mas, por mucho que esperamos no hemos encontrado forma de salir solas; justo el señor que se ha metido como un corcho junto a mi, no es nada “vistoso”, anda que ya me vale…

Subo las colinas cuando me encuentro triste,

el paisaje es de todos.

Nadie es “Barón” del firmamento,

y una porción de nubes de algodón

no sacia el hambre.

Me quedo sola de nuevo, está empezando a hacer bastante frío y regreso hacia la Plaza de San Marcos. Allí descubro dos cafeterías “emblemáticas”, ese tipo de lugares que guardan silenciosamente los recuerdos entre sus muros. Me acomodo en una de ellas con la “sana intención” de escuchar a la orquesta, que en su entrada está interpretando música de Vivaldi.

Creo que ha sido un buen broche para el primer día.

Termino agotada, después de tanto caminar, decido que no voy a ir a cenar, pero me llega un olorcillo…

Estoy: muerta, matá, etc. etc., con los “riñones al jerez” y las “cervicales de huelga”, supongo que la explicación será mi salida a las ocho y media de la mañana y este regreso con cena incluida a las nueve y media de la noche.

Segundo día

Ha habido cambio de planes, yo pensaba ir a Verona. Después de desayunar me ha llamado Beatriz y he quedado con ella y Patricia (su amiga) para ir a visitar el Museo de la Basílica y el Palacio Ducale (el interior de la Basílica está cerrado y no conseguimos averiguar el motivo). También, si no llueve, nos proponemos la posibilidad de hacer un recorrido en góndola. Quedo con ellas a las once menos cuarto.

Me había levantado a las siete y media de la mañana para organizar mi propia excursión (la de Verona), por lo tanto hasta la hora de nuestro encuentro me sobra bastante tiempo y me decido por pasear entre las calles que hay justo en frente de la Basílica.

¡cielos, qué frío!

Venía muy preparada para la tan anunciada lluvia, nunca para este frío que, unido a la humedad se cala hasta los huesos.

En mi paseo comienzo a mirar tiendas, -necesito un sueter que abrigue mucho o me congelaré-. Lógicamente no abren las tiendas hasta las diez .

La mayor parte de los comercios de esta zona son de las firmas más importantes (carísimas), y yo, que siempre ando entre recuerdos, pienso en una calle de Madrid, sobre la cual suelo comentar a mi hijo que cuando sea muy rica, me la voy a “patear” entera (José Ortega y Gasset).

No encajo en el ambiente amigo…

llego tarde a todos los sitios.

Los zapatos más baratos vistos por estos ojitos costaban 490 €, de ahí a 1.200 o más… Ni mencionar el precio de la ropa.

Por fin me tropiezo con una tienda de Sisley y encuentro algo asequible, cosa que me extraña, ya que sus cremas son de las más caras. En fin, pienso, esta marca no es italiana, será por eso.

Necesito hacer tiempo hasta que abran, por lo tanto voy en busca de otro capuchino ¡qué vicio!, y sentada, meditando en el gran “Caffe Florian”, me dedico a escribir hasta que llegue la hora comercial.

Todo mi ser desea cantar mas, no hay son;

la felicidad se deshace entre las manos

como una flor de nieve.

Debo darme prisa, ya están abriendo las tiendas y la Plaza de San Marcos comienza a llenarse de público.

Consigo el “sueter gordito” ayyy qué gusto… Le digo a la señorita que me atiende que me lo voy a llevar puesto y se echa a reír.

Camino hacia la cita con mis compañeras de viaje, veo que por las “rayas del suelo” se está filtrando gran cantidad de agua -que cosa tan curiosa-.

Cerca de la entrada de la Basílica (lugar donde habíamos quedado) veo todo inundado y a centenares de personas en dos filas por los andamios puestos sobre el suelo. Asustada, miro a un lado y a otro, no tengo por donde pasar. Al no saber que debía hacer, llamo a Beatriz y me dice que están en la fila de la izquierda, a punto de entrar.

¡Horror! viendo la longitud de las filas, tengo aquí para una hora. (me habían comentado que la subida de la marea era por las tardes, mmmm, vaya con los enteradillos).

No se me ocurría otra cosa, y… dicho y hecho, busco un lugar por donde cubra poco el agua y cruzo, ¡zas! el agua hasta los tobillos, (está visto que siempre me tiene que pasar alguna peripecia) ¿o las busco yo? bueno, qué más da.

Con los pies encharcaditos, consigo ponerme prácticamente en la entrada sin que el personal se entere. Enseguida las encuentro y comenzamos nuestro recorrido por el Museo de la Basílica (antes de empezar a subir la gran cantidad de escaleras que aparecen delante de nosotras, me quito los calcetines con disimulo y los guardo en el bolso envueltos en un papel “chorreaban”).

Al finalizar estas visitas y cómo seguía sin llover, vamos en busca de nuestro gondolero. Es otro pequeño timo que se paga con gusto ya que iremos las tres solas con “Paolo”. No entiendo por qué motivo nos dice que se llama así, según nos íbamos cruzando con otras góndolas, le decían: “Chao Máximo”. No tengo intención de profundizar en el tema de los nombres, me patinarían las “neuronas”.

Con el propósito de ir por la tarde a la zona de Rialto, nos vamos a comer y aprovecho el momento para cambiarme de zapatos, los puestos continúan empapados y tengo muchas posibilidades de resfriarme.

La comida en esta ocasión la realizamos en el restaurante de mi hotel y me encuentro con una nueva adicción: “el tiramisu” (nada parecido al que tomo en Madrid, pero sí, al de un lugar italiano que visito cuando voy a Barcelona).

Me comentan mis compañeras, que han sacado entradas para ir mañana a un concierto de Vivaldi (Las Cuatro Estaciones) -lo vi anunciado-.

No habían comprado entrada para mí por si no quería ir, pero estaba reservada. Por supuesto me parece estupendo, al ir acompañada no me importa salir por la noche.

El resto de la tarde lo pasamos de tienda en tienda por los mercados de Rialto. Aquí ya se empiezan a complicar las cosas y espero no tener que comprar otra maleta (no sería la primera vez).

Tercer día

Hoy hemos quedado temprano, a las nueve y media. A esta hora ya hay gran cantidad de público esperando para entrar en la Basílica (está abierta). De una forma rápida, está empezando a subir la marea (menos mal que estando sobre aviso ya no me quito las botas, fue una buena adquisición la que hice en Bilbao).

El interior de la Basílica es de los más oscuros y peor conservados que he visto por Italia, claro, es inimaginable pensar como pueden mantenerse en pie la gran cantidad de catedrales, iglesias, palacios y todos los hermosos edificios que componen esta “ciudad sumergida”.

La visita que hacemos es rápida, sin darnos cuenta, casi nos vamos sin visitar el “Retablo de Oro”, excelsa obra que mide más de tres metros de largo por aproximadamente un metro y medio de alto. Creo recordar que fue “antojo” de un Dux y que está laminado en oro y con gran cantidad de piedras preciosas que fueron saqueadas al Monasterio del Pantocrátor durante la Cuarta Cruzada.

Para entrar a ver este Retablo, cobran una entrada independiente. A Bea y a Patri, les apetece mucho verlo, yo guardo silencio y accedo, no quiero demostrar el “yu yu” que me produce siempre contemplar esa cantidad de joyas protegidas a “cal y canto” mientras media humanidad se muere de hambre.

Procedemos más tarde a visitar la Academia, una bonita pinacoteca de maestros italiano. A pesar de que la escuela italiana siempre ha sido una de mis favoritas, acuso ya cierto cansancio ante este tipo de recorridos.

A la salida, hacemos una “parada técnica” para tomar algo y decidir nuestro próximo recorrido. Son unos instantes divertidos, de repente Beatriz y yo exclamamos a la vez ¡no más museos! y en ese mismo instante pensamos en una excursión a Murano-Torcello-Burano.

Nos dan una buena información y compramos un “bono barco” que tiene validez para veinticuatro horas.

Vamos de Vaporetto en Vaporetto y el recorrido nos resulta muy largo hasta llegar a Murano.

En la “isla del cristal” no paramos mucho, nuestra intención es almorzar en Torcello. En estos momentos realizo mi mejor “sprim”, si perdemos el barco que sale a las tres, habrá que esperar demasiado tiempo. Mis compañeras no corren demasiado, por lo que no me queda otra… Llego cuando estaba a punto de zarpar y como puedo, me hago entender para que las esperen. Otra vez en barco hasta Burano, cuando lleguemos, sólo hay que cambiar de barco para cruzar a Torccelo que está enfrente.

Esta isla no tiene mucho para visitar, eso sí, sus ruinas son muy importantes: Catedral de Santa María Assunta, del siglo VII, una iglesia bastante bonita, Santa Fosca, del Siglo XI y una cosa curiosísima, el trono de Atila, que se encuentra bajo un árbol en recuerdo a las hordas bárbaras.

Hay tres restaurantes, mas al haber realizado primero el recorrido histórico, en el momento que pretendemos comer algo, están cerrados. Conseguimos que nos hagan un “panini” en uno de ellos, el que está junto al puente “Diavolo”

A las cinco salimos de nuevo en el mismo barco hacia Burano, menos mal que este recorrido dura sólo unos 6 minutos.

El Burano que descubrimos nos deja “enamoradas”, es una ciudad preciosa, que parece sacada de un cuento y adornada con su propia artesanía, el encaje. Sus casas están alegremente pintadas de colores y las exposiciones que se van encontrando por el camino le dan un brillo especial.

Lamentamos el no haber ido allí en primer lugar y cuando empieza a anochecer es forzoso el regreso a Venecia, a las nueve tenemos que asistir al concierto de Vilvaldi.

Unas personas amables nos indican que existe un barco que realiza únicamente cuatro paradas. Lo esperamos en la creencia de que adelantaremos más si vamos en él. De cualquier forma tardamos más de una hora en llegar y no nos da tiempo a cambiarnos de ropa para asistir al concierto.

Maravilloso, ha resultado una delicia este concierto. De propina han interpretado el Adagio de Albinoni y el Canon de Pachelbel -de repente me ha venido a la memoria el sentimiento que expresa Julia Roberts en la película de “Pretty Woman” al asistir a la opera, mi sensación ha sido similar-

La orquesta se componía de ocho personas (siete de ellas mujeres), ataviados con trajes de época. Creo que todos eran unos virtuosos del instrumento que tocaban.

 

 

 

 

 

A la salida nos vamos a cenar muy cerquita del Puente de Rialto, la cena y el restaurante son una delicia. Allí decidimos que mañana es posible que vayamos a Verona, decisión que me satisface muchísimo; la duda es: ¿aguantaremos? ya vamos acusando un gran cansancio.

Cuarto día

Como es habitual madrugo, esta noche me ha dolido bastante la cabeza (creo que ayer fumé demasiado). En una llamada telefónica se confirma, no vamos a Verona. Beatriz y Patricia, están agotadas y cómo mañana nos marchamos deciden pasar el día tranquilo.

Yo estoy indecisa, también me encuentro muy cansada pero mi ilusión por ir a Verona se mantiene en pie.

Antes de salir, hago una visita rápida a la recepción del hotel, el avión sale a las ocho de la mañana y no sé como llegar al aeropuerto, el traslado no estaba incluido en el “paquete” del viaje.

Bueno… a no ser que quiera levantarme a las cinco de la mañana e ir de puente en puente y de barco en barco, la única solución es que me venga a recoger un “taxi acuático”. Al ser domingo cuesta 85€ (me parece una pasada total) pero dado lo “desastre” que soy, es la mejor solución, no quiero perderme y llegar cuándo el avión se haya marchado (tampoco sería la primera vez).

Queda definitivamente cancelada mi excursión, al salir a la calle está diluviando. Los turistas, sobre todo orientales, van con cara de “susto” cómo pensando ¿y ahora, qué? Ellos no sé, yo, me vuelvo al hotel, aguacero por arriba y agua por abajo es demasiado.

Son las once de la mañana y está empezando a salir el sol; me he sentado tranquila a escribir, -con mi capuchino de turno-; en ese momento veo aparecer la “lancha de la basura” e inconscientemente me causa una enorme risa, no imaginaba esa forma de recoger desperdicios.

Decido irme a dar un paseo, ya no queda tiempo material de preparar mi visita a la ciudad de Romeo y Julieta, se la debo.

… Desastre total, el día aparece espléndido, pero las calles de Venecia son un único canal, agua y más agua por todos los sitios. Lo estoy pasando fenomenal y hago fotografías a muchas personas que luchan por combatir el agua que les llega a media pierna. Tengo que tener mucho cuidado ya que mis botas son de “media caña” y los únicos que pueden circular con cierta facilidad son los que llevan algo parecido a las queridas “Katiuskas” … -cuántos años sin ver este tipo de botas- o los expertos ciudadanos que llevan “botas trucheras”. Imposible circular por el centro, me decido por ir de compras (cosa que no me molesta en absoluto) hacia la parte alta.

Cuando trato de volver al hotel para almorzar ¡sorpresa! tampoco puedo acceder, la calle donde se encuentra está intransitable y veo desde lejos, que el agua llega hasta la mitad de las patas de las sillas de los restaurantes de la zona, incluido el hotel.

Casi comienzo a tener pena de aquellos comerciantes, mas, el ver su rostro tan tranquilo mientras achican agua, me tranquiliza (deben estar acostumbrados). Retrocedo para buscar un sitio donde poder almorzar y, pasadas las dos, puedo regresar por fin, como si nada hubiese pasado.

Justo en el momento que había decidido pintarme las uñas, recibo una llamada de Beatriz, me proponen dar un paseo cortito por otra zona de la ciudad y recogernos temprano para hacer las maletas, ellas van a Florencia y yo regreso a casa.

Arrivederci Venecia, un giorno, retornero.